José Tomás cortó tres orejas y salió a hombros en Alicante, en lo que fue una gran tarde de toros, y en la que acabó compartiendo la gloria con José María Manzanares, torero de la tierra que logró también el doble trofeo del sexto toro de una desigual corrida de Cuvillo.
José Tomás cortó tres orejas y salió a hombros en Alicante, en lo que fue una gran tarde de toros, y en la que acabó compartiendo la gloria con José María Manzanares, torero de la tierra que logró también el doble trofeo del sexto toro de una desigual corrida de Cuvillo.
FICHA DEL FESTEJO
Dos toros para rejones de Fermín Bohórquez, feos y desiguales; y cuatro en lidia ordinaria de Núñez del Cuvillo, terciados y anovillados, y de variado comportamiento. Destacó el extraordinario quinto, de nombre “Cacareo”, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre, y también el buen sexto.
El rejoneador Manuel Manzanares: pinchazo y rejón contrario (ovación); y rejón (silencio).
José Tomás, de azul noche y oro: estocada trasera y caída (oreja); y estocada (dos orejas tras aviso).
José María Manzanares, de azul cielo y oro: pinchazo, y casi entera delantera y atravesada (silencio); y estocada (dos orejas).
La plaza registró un lleno con un “no hay billetes” en tarde veraniega.
LA ETERNIDAD POR NATURALES
No hay nadie como él. Nada más hacerse visible por la puerta de cuadrillas enfundado con un terno azul noche y oro hizo despertar en el ambiente un halo de emoción en una tarde que, ya por sí sola, estaba destinada a la exaltación, al clamor más absoluto, al vello de punta.
Porque es lo que tiene José Tomás, que antes incluso de enfrentarse a su primer toro ya había propiciado el éxito absoluto en la taquilla, no sólo en la tarde de hoy, sino en todo el ciclo de Hogueras.
José Tomás es sinónimo de éxito, un rey Midas taurómaco que todo lo que envuelve su presencia en una feria lo cubre de oro. Luego está su quehacer en el ruedo, único e inigualable para unos al considerarle el más puro y verdadero intérprete del toreo actual, y valiente y temerario para otros.
Quizás el cómputo de ambas visiones y el misterio que también caracteriza su figura es su verdadero reclamo.
Hoy en Alicante volvió a hacer el toreo en mayúsculas, cumbre de verdad, especialmente en el quinto, con el que alcanzó la eternidad toreando por naturales.
Cumbres fueron ya los delantales con los que recibió a este segundo astado de su lote. Bonito fue el quite de frente y por detrás que cuajó también, y de escalofrío los estatuarios de inicio de faena. Impávido el torero, mentón hundido en el pecho, y las zapatillas atornilladas en el albero.
Templadísimas fueron, asimismo, las dos primeras series a derechas, muy sentidas y emocionantes, de extraordinaria pureza. Y más despacio no pudo interpretar el toreo al natural, enganchando al bravo y enclasado “cuvillo” con los vuelos y llevándolo toreadísimo hasta detrás de la cadera. Más que muletazos fueron auténticas caricias. Todo muy en corto, en muy poquito espacio, con mucho sentimiento y solemnidad.
Qué manera de emocionar y de bordar el toreo, qué grandeza. Por eso es quien es, todo un número uno.
Cortó las dos orejas tras una buena estocada, y el toro, “Cacareo” de nombre, recibió también los honores de la vuelta al ruedo en el arrastre para que el conjunto de la obra adquiriera tintes celestiales.
A su insulso primero le imprimió suavidad a la verónica, mesura en el caballo, y voluntad en un quite por chicuelinas previo a una faena de muleta templada y ligada, aunque más correcta y aseada que rotunda, sin acabar de cuajar la tanda deseada ni por el derecho ni por el izquierdo.
Estuvo fácil Tomás, improvisando también con alardes muy a modo como la trinchera, el de las flores, el cambio de mano o el de la firma. Manoletinas sin enmendarse en la misma boca de riego y estocada defectuosa a la primera. Oreja al canto.
José María Manzanares tuvo poca tela que cortar en su primer turno con un toro manso y reservón, tendente a buscar insistentemente la huida. Se tragaba el primero, pero al segundo muletazo “cantaba la gallina” hasta que encontró el refugio de las tablas. Imposible.
En el sexto, en cambio, sí se reencontró Manzanares con su gente en una faena basada en la despaciosidad, el gusto y la expresión, aunque faltara ajuste y, por momentos, hondura, cualidad que sí logró en cierta fases sobre la izquierda, en lo que fueron unos muletazos sublimes. La estocada recibiendo dio paso al doble trofeo.
Abría el cartel el rejoneador Manuel Manzanares, que estuvo animoso y a buen nivel en su primero, al que realizó una faena clásica y sin alardes, marrada a última hora con el rejón de muerte. Con el cuarto anduvo mucho más desigual el jinete alicantino en una labor de escaso fuste
Agencia EFE