Jesulín de Ubrique cumplió su objetivo de enfundarse de nuevo el vestido de torear a un año de su trigésimo aniversario de alternativa. Fue en una tarde amable y de escasas exigencias en la que marcó todas las diferencias el sustituto de Ponce: el diestro sevillano Pablo Aguado, que indultó un gran toro de la brava corrida de El Torero
Se lidiaron seis toros de El Torero, desigualmente presentados. El primero resultó tan noble cómo flojo; tuvo clase el segundo; muchas dificultades el tercero; ninguna calidad el cuarto; resultó bravo el quinto, que recibió la vuelta al ruedo póstuma e importante, por bravura, repetición y durabilidad el sexto, de nombre ‘Toledano’, que fue indultado.
- Jesulín de Ubrique: dos orejas y ovación tras aviso.
- Cayetano: oreja y dos orejas
- Pablo Aguado, que sustituía a Enrique Ponce: ovación y dos orejas y rabo simbólicos.
La plaza registró casi tres cuartos de entrada en tarde muy ventosa.
UNA VUELTA CON LA VISTA PUESTA EN 2020
La tarde pivotaba entre dos pruebas: la primera, comprobar el estado de forma y fondo del diestro de Ubrique con vistas a afrontar empresas mayores. La otra pasaba por calibrar su definitivo tirón en la taquilla para aquilatar la mecha de sus aspiraciones económicas. Y la plaza de Morón, un coso levantado por Manuel Morilla en la cúspide de la burbuja del ladrillo, rozó las tres cuartas partes de su aforo.
Jesulín había promovido este festejo con la mente puesta en una hipotética reaparición formal en 2020, año en el que cumplirá su trigésimo aniversario de alternativa. Pero la palabra definitiva la iba a tener el toro. El primero de la tarde, que blandeó de salida, le sirvió para esbozar los primeros lances.
Jesulín brindó a El Mangui, el gran banderillero sanluqueño, antes de templar al toro en unos muletazos cambiados que dieron paso a una primera serie, muy bien construida, en la que tuvo que administrar la gasolina del animal. El trasteo subió de tono y la gente entró en la faena mientras Jesulín, definitivamente relajado, andaba fácil y animoso hasta rematar su labor de una estocada fulminante. Cayeron dos orejas.
La lidia del cuarto se vivió entre trompicones. Puso en dificultades al picador, esperó a los banderilleros y volvió a poner en serios aprietos al subalterno José Antonio Muñoz mientras el de Ubrique escogía los terrenos de sol, metido entre las rayas, para darle fiesta a su forma mientras una espontánea se arrancaba por fandangos. El acero, eso sí, enfrió los entusiasmos.
Cayetano, por su parte, sorteó un primer ejemplar de buen tipo y carita justa, que acusó en su lidia un fuerte volantín. El menor de los Rivera Ordóñez brindó a Jesulín. Fue un largo parlamento que precedió una faena de tono frío que no llegó a tomar el pulso a la enclasada embestida del ejemplar de El Torero. Los pases se amontonaron sin que llegará el acople aunque el público, bondadoso, pidió y obtuvo la oreja que paseó.
Con el quinto, un toro que puso en serios apuros al tercero de la cuadrilla, Cayetano se mostró más animoso. Comenzó por bajo y se descaró antes de ponerse a torear en redondo con garra y entrega, aunque sin llegar a coger el aire a la importante y brava embestida del animal. Hubo mejores intenciones que resultados aunque a su labor, de acople intermitente, le sobraron muchos dientes de sierra.
La inclusión de Pablo Aguado en sustitución de Enrique Ponce había caído muy bien entre el aficionado, más allá del público que acudía a Morón al calor del antiguo ídolo de masas. El joven diestro sevillano ya cambió la decoración con tres o cuatro lances plenos de sabor. Aguado también cumplimentó a Jesulín antes de irse a la cara del toro para hilvanar una faena que tuvo en contra la pésima condición de su enemigo.
No importó. Supo esperarlo y consentirlo para, con mucha firmeza, extraerle una valiosa tanda de naturales. El toro llegó a avisarle dos veces por el otro lado, librándose por poco del percance. Había que entrar a matar pero la espada, desgraciadamente, se atascó.
Tuvo que esperar al sexto para volver a enseñar su calidad capotera y romperse de verdad en una faena que arrancó los oles más auténticos desde su obertura, domeñando el carbón de una embestida que se acabó acoplando a la perfección a la calidad del diestro sevillano.
Aguado lo bordó por naturales y supo elevar el tono de su labor después de un inoportuno desarme gracias a su excepcional y natural sentido del toreo. La gente había ido a ver a Jesulín y acabó hablando de Pablo Aguado, que siguió toreando, pleno de temple y personalidad mientras se barruntaba el indulto que el presidente, después de las primeras dudas, acabó concediendo en medio de un clamor.