Desde 1998 que saliera Víctor Puerto no salía un torero por la puerta Grande de Pamplona con los toros de Cebada Gago
En una tendencia que se viene acusando desde unos años a esta parte, el talante con que acude a los toros la generalidad del público pamplonés ha ido perdiendo la dureza y la exigencia de antaño para mimetizarse con la festivalera actitud de las peñas, a las que todo les vale con tal de divertirse.
Sucede así que, como esta tarde, a los toreros las basta con dar «fiesta» al tendido a base de efectismos, ligeros pases de adorno y demás alardes de polvareda para, sobre todo si matan a la primera, cortar orejas del nivel de cualquier plaza portátil.
Y sobre todo si, como también viene sucediendo en plazas de la categoría de Las Ventas, por medio se produce un fuerte choque emocional en forma de percance aparatoso pero sin consecuencias, como el que sufrió Octavio Chacón con el primero de su lote, uno de los varios toros rajados de la descastada corrida de Cebada Gago.
Hasta ese momento, el diestro gaditano había buscado sin remilgos la complicidad de las peñas iniciando su faena de rodillas en los terrenos de sol, solo que el astado no aguantó más de media docena de pases aliviados antes de rajarse.
Acosó entonces Chacón al «cebada» hasta el tercio de toriles, donde, confiado y en el mismo tono populista, se desplantó rodilla en tierra metiendo la cabeza entre los mismos pitones, pero tanto se recreó en la suerte que el aparentemente acobardado animal acabó por arrancarse y colgándole de manera escalofriante de su veleto pitón derecho.
De milagro no salió herido el matador, que aún insistió en su objetivo hasta matar al toro de una estocada baja, lo que tampoco fue óbice para que se le concediera una oreja tan generosa
como la que luego le dieron del cuarto.
Este otro «cebada» fue el que tuvo mayor voluntad de embestir, acudiendo a todos los cites con celo, aunque una lesión en los cuartos traseros, que se fue acentuando con la lidia, le impidió concretar esa atisbada bravura.
Chacón lo movió sin apreturas en una faena que se observaba con distancia durante la merienda, pero bastaron unos cuartos circulares y otra estocada defectuosa, y a la primera, para que ingeridos ya los bocadillos le dieran el trofeo que avaló una salida a hombros nada rotunda.
Aún hubo una oreja más, también «de oferta», para el salmantino Juan del Álamo por su puesta en escena ante un astado chico y sin celo en la que siguió un guión similar al de su compañero: un trasteo que no pasó de correcto aunque con un prólogo y un epílogo de rodillas jaranero para alboroto de las peñas, antes de otra estocada efectiva y defectuosa.
Ya con el sexto, de aparatosa cuerna y horrendas hechuras, quiso Del Álamo repetir la jugada, que le salió casi calcada tras amontonar decenas de muletazos vulgares al desclasado ejemplar, antes de tener que usar el descabello, lo que el actual público Pamplona se toma casi como una grave afrenta personal.
El colombiano Luis Bolívar fue el único de la terna que no recurrió al populismo y, curiosamente, también el único que se fue de vacío. Y no porque sus faenas, intentando sacar partido de su flojo y descastado lote con un pulcro oficio, fueran peores ni mejores que las de sus habilidosos compañeros de cartel.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Cebada Gago, terciados, descolgados de carnes y poco armónicos de hechuras, que se «taparon» por sus serias cabezas. En su conjunto fue un lote de toros muy descastado y, en algunos casos, también escaso de fuerzas, que respondió a la lidia defendiéndose sin clase o rajándose y sin emplearse.
Octavio Chacón, de salmón y oro con remates negros: estocada baja (oreja); estocada perpendicular (oreja). Salió a hombros.
Luis Bolívar, de sangre de toro y oro: estocada caída delantera y dos descabellos (silencio tras aviso); estocada caída (silencio).
Juan del Álamo, de verde botella y oro: estocada desprendida (oreja); estocada tendida y descabello (silencio).
Quinto festejo de abono de la feria de San Fermín, con lleno en los tendidos (unos 20.000 espectadores), en tarde de viento racheado.
CRÓNICA DE PACO AGUADO AGENCIA EFE