La sosería y el medido fondo de raza de los bien presentados toros de La Quinta y la inconcreta actuación de los toreros -con Juan Bautista desaprovechando al único astado con posibilidades de la corrida- contribuyeron a la intrascendencia del segundo festejo de la Feria de San Isidro celebrado hoy en Madrid.
FICHA DEL FESTEJO:
Seis toros de La Quinta, bien presentados y bajos de agujas pero dispares de hechuras y cornamentas, en distintas versiones de su encaste Santa Coloma. De juego también desigual, la mayoría tuvo un escaso fondo de raza, aunque resultaron manejables, frente a un «orientado» sexto y un cuarto que se empleó con clase en sus nobles y largas embestidas.
Juan Bautista, de tórtola y oro: bajonazo (silencio); estocada (ovación).
EL Cid, de añil y azabache: estocada caída muy trasera y dos descabellos (silencio); estocada (silencio).
Morenito de Aranda, de negro y plata: estocada corta atravesada y cinco descabellos (silencio tras aviso); tres pinchazos, media estocada atravesada y cuatro descabellos (silencio tras dos avisos).
Entre las cuadrillas, José Manuel Zamorano saludó tras banderillear al sexto.
Segundo festejo de la Feria de San Isidro, con algo menos de tres cuartos de entrada (15.032 espectadores, según la empresa).
LA FERIA CONTINÚA GRIS
Hubo más gente en la plaza, pero no por ello la feria cobró color en la primera corrida de toros del abono. Más gente, por cierto, que en la novillada inaugural, aunque, paradójicamente, las cifras oficiales de espectadores que ofrece la propia empresa digan todo lo contrario: dieciséis mil y pico asistentes ayer por apenas quince mil de hoy.
Pero, aparte de estos extraños resultados de contabilidad, que alguien debería explicar, la corrida tuvo la misma trascendencia que la novillada. Es decir, ninguna. Y eso que, aun a pesar del deslucido juego de los toros de La Quinta, hoy también se destacó del lote un toro de claro triunfo.
Ese serio cuarto toro, tanto como casi todos sus hermanos pero también bajo de agujas y de armónicas hechuras, enseñó ya su voluntad de embestir con el hocico a ras de arena en los primeros compases de la lidia, solo que pedía que le enseñaran bien el camino a seguir tras los engaños.
No acabó de definirse por eso hasta que su matador cogió la muleta, momento en el que, sin más distracciones por delante, el animal descolgó el cuello e hizo siempre por tomar los engaños muy por abajo en todos los embroques, tal y como prometía.
Confiado en la nobleza del animal, Juan Bautista lo fue trasteando con pulcritud y aseo -la misma que aplicó con un primero sin empuje y dolido de los riñones- a lo largo de varias tandas de muletazos por ambas manos, aunque sin que la faena pasara nunca de un mero ejercicio de asepsia taurina.
Así que, poco a poco, la gran oportunidad que le ofreció el de La Quinta se le fue yendo discretamente de las manos al torero francés por su falta de apuesta y ambición, la que se necesitaba para llevar enganchadas con los flecos de la muleta, largas y sometidas, las enclasadas embestidas del mejor, por no decir el único, toro de la corrida.
Con todo, el lote de El Cid tuvo también un comportamiento manejable, dentro de que el segundo de la tarde tuvo escaso celo y el quinto se empleó muy poco en sus muchas y repetidas arrancadas. Y ni con uno ni con otro fue capaz de asentar los pies sobre la arena el torero sevillano, inseguro, dubitativo, medroso y, por momentos, hasta incapaz de resolver con un mínima de torería la situación.
Para Morenito de Aranda fue lo peor con diferencia de la corrida, y aun así le compuso un decidido saludo de capa al tercero, que luego ni humilló ni se desplazó ante su muleta en el tesonero trasteo que le planteó.
También le puso empeño al sexto el torero burgalés, solo que este cornalón ejemplar, hasta entonces indefinido, fue desarrollando sentido y complicaciones en cuanto le plantaron cara. Después, Morenito lo mató igual de mal que al anterior, pero al menos sin dejar que la intrascendencia se alargara mucho más allá de las dos horas de rigor.