Salvador Gimenez

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Por culpa de unos ojos negros

Articulo de Salvador Giménez en El Dia de Córdoba

Con 19 años recién cumplidos, Joselito El Gallo se había encumbrado en lo más alto de la torería. Su sapiencia, su estilo clásico y poderoso ante los toros habían sido los avales para llegar a la cima. No habían transcurrido 48 horas desde la gran gesta. La tarde del 3 de julio de 1914, el joven matador había brindado una tarde histórica. Fue en la desaparecida plaza de toros de la Carretera de Aragón, en la capital de España.

Solo se bastó para matar siete toros, dio lidia al sobrero, de Vicente Martínez, en una fecha que aparece grabada con letras de oro en los anales de la tauromaquia. Joselito brilló durante toda la tarde en lidias completas en los tres tercios, sentando las bases del toreo moderno que luego, años más tarde, Manolete perfeccionaría y llevaría hasta el extremo total.

José, emborrachado de éxito y sabedor de lo realizado en Madrid, viaja a Barcelona. En la plaza de las Arenas, hoy convertida en un horripilante centro comercial, se anuncia para matar toros de Pérez de la Concha, alternando con Juan Cecilio Punteret y Juan Belmonte. La expectación es máxima. El público catalán, sabedor de lo realizado por Joselito en Madrid, ha agotado el taquillaje. La Ciudad Condal es un hervidero. Todos quieren ver a Joselito y comprobar la torería de quien dicen es el rey de los toreros.

En la habitación del hotel, Caracol, su fiel mozo de estoques, ha dispuesto un terno tabaco y oro. Como todos los de Gallito está cosido por el prestigioso sastre Uriarte.

Joselito está eufórico. Consciente de lo hecho dos días antes en Madrid, pretende ratificarlo en Barcelona. Confía en su oficio, adquirido desde niño y asimilado por su gran conocimiento de los toros. Ya tiene el éxito y la gloria, pero no quiere ser flor de un día; su amor propio y su concepto puro del toreo le hacen saber que lo difícil no es llegar, la meta es mantenerse en el lugar de privilegio que ha alcanzado.

Llega Gallito a las Arenas. En el patio de caballos todo son palmas y enhorabuenas, hasta que el aficionado y partidario de Belmonte, Luis del Castillo, reprocha algo al torero. Gallito, picado en su amor propio, toma por las solapas de la chaqueta al aficionado y le espeta: «En el ruedo voy a demostrar la clase de torero que soy y la lección que le voy a dar no se le va a olvidar nunca».

Las cuadrillas parten plaza. Los tendidos están abarrotados. Punteret está muy valiente en su primero. Intenta el lucimiento y lo consigue por momentos. Con la espada no está acertado. Punteret es cogido en dos ocasiones al intentar la suerte. Finalmente, con el auxilio de Joselito, consigue con el descabello acabar con su oponente. Pasa a la enfermería para ser atendido y sale una vez asistido con un aparatoso vendaje en la cabeza.

Joselito está en plena lidia con el segundo de la suelta. Se luce en el toreo a la verónica, así como en el tercio de quites. Quiebra un gran par de banderillas y repite la suerte con otro al cuarteo memorable. De «colosal» calificó la prensa de la época el trasteo con la muleta, con pases de todas las marcas. Las palmas echan humo. Intenta cuadrar a Coletero –así se llamaba el toro– pero es difícil.

En un momento en el que el animal se detiene, Gallito monta la espada y ataca dispuesto a poner la rúbrica a tan lúcida labor torera. El toro le corta el paso y con el pitón izquierdo le prende por el muslo derecho. Una vez en el suelo, el animal se ceba con él.

Joselito no puede levantarse. Punteret acude presto al quite del compañero, siendo herido por Coletero en los estertores de la muerte. Ambos espadas son conducidos a la enfermería. Belmonte se queda en solitario con los cuatro restantes, no brillando en el conjunto de su actuación.

Joselito es atendido por el doctor Martínez Vargas, quien le cura de una herida en el muslo derecho de diez centímetros, así como de una contusión en el hombro, comprobándose más tarde la fractura de la clavícula. Punteret tiene una herida por asta de toro en la región escrotal. Joselito, una vez curado, es llevado al hotel donde inició la recuperación.

Por este percance, uno de los más graves de los sufridos en su carrera, perdió un buen número de contratos y permaneció siempre en su recuerdo. Tanto que, en unas confesiones al crítico El Caballero Audaz, le llegó a afirmar: «La cogida que tuve en Barcelona, que me partí la clavícula, fue por culpa de unos ojos negros«. El escritor le pregunto: «¿Qué te llamaron la atención en la plaza?» Contestándole Gallito: «No, que había pasado toda la noche mirándome en ellos».

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La última actuación de Joselito “El Gallo” en Cordoba (Articulo de Salvador Gimenez)

La última actuación de Joselito “El Gallo” en Cordoba

El recordado coso de los Tejares fue un feudo gallista. Allí actuó Joselito en muchas ocasiones. De hecho, en el año de su muerte tenía contratadas todas las corridas de la Feria de Mayo

Este año el planeta toro celebra el centenario de la trágica muerte de Joselito el Gallo en Talavera de la Reina. Cien años han pasado y aún se recuerda al llamado Rey de los Toreros. La verdad es que la figura del coloso de Gelves es fundamental para lo que hoy conocemos como toreo moderno. Durante los años que estuvo en activo, antes de su funesta muerte –no hay que olvidar que perdió la vida a los veinticinco años– José Gómez, junto a su alter ego Juan Belmonte, revolucionaron la fiesta de los toros.

Joselito era la técnica, el conocimiento, la ortodoxia y vivir por y para el toro. Belmonte era todo lo contrario. La temeridad, la heterodoxia, el dramatismo. Cada uno aportó a la fiesta. Belmonte sobrevivió a su rival. Su vida torera fue cantada por plumas prestigiosas como la de Chaves Nogales. Gallito, sin embargo, no tuvo que le escribiera. Aún así, cien años después, su figura sigue viva y tras un siglo se está reconociendo y poniendo en valor para las nuevas generaciones la verdadera dimensión de José Gómez Ortega, Joselito o Gallito en los carteles.

Joselito tenía partidarios por todo el país. Córdoba no podía ser menos. La docta afición cordobesa veía en Gallito la prolongación torera iniciada por Guerrita. La línea natural del toreo se inicia en nuestra ciudad. Lagartijo el Grande es el primero que concibe la lidia como una disciplina donde prima la estética. Después, Guerrita, formado en la cuadrilla del primer Califa, continúa la visión de Lagartijo, eso sí, corregida y aumentada. Guerrita no es solo estética. Es también poder y dominio, y no solo en el ruedo, sino también fuera de él.

Cuando hastiado del peso de la púrpura y cansado de las exigencias de los públicos decide retirarse, la evolución del toreo queda en suspenso. Tras el Guerra hay grandes toreros, pero ninguno con el marchamo de monarca absoluto de la torería del segundo Califa. Joselito, joven pero dominador del oficio como pocos, toma el relevo y la inmensa mayoría de los nostálgicos seguidores de Guerrita ven en el joven espada la sucesión natural del idolatrado diestro cordobés.

El recordado coso de los Tejares fue, por tanto, feudo digamos gallista. En él actuó Joselito infinidad de ocasiones. De hecho, en el año de su muerte tenía contratadas todas las corridas de la Feria de Mayo, pero el toro Bailador se cruzó en su camino. Córdoba sintió, como todo el toreo, la pérdida del maestro. El mismo Guerrita telegrafió a Rafael el Gallo, hermano de Joselito, al conocer la tragedia de Talavera lo siguiente: “Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te envío mi más sentido pésame. Se acabaron los toros. Guerrita».

Justo un mes antes de la tragedia de Talavera de la Reina, el 16 de abril de 1920, Joselito pisó por última vez la arena de Los Tejares. Fue en un festival benéfico organizado por la marquesa del Mérito y Valparaiso. El Diario de Córdoba se hace eco del ajuste del festival en su edición del día 11 de abril. Se afirma que actuaría Joselito, su cuñado Sánchez Mejías, otro torero al que habría que revisar por lo que hizo dentro y fuera de los ruedos, y probablemente un tercero que saldría de la collera formada por Juan Belmonte o Chicuelo. Finalmente, fueron Joselito y Sánchez Mejías quienes actuaron mano a mano, en lo que a la postre sería la última vez que Gallito toreó en Córdoba.

El festival se celebró, al tener los espadas los fines de semana contratados, un viernes. La prensa local de la época cuenta que el comercio cerró sus puertas. El público llenó la plaza. Presidió el alcalde Fernández de Mesa, ejerciendo como asesor Rafael Guerra Guerrita. Se corrieron novillos de la incipiente ganadería del marqués de Villamarta, quien había mezclado dispares sangres, conformando un encaste único y que aún perdura en la cabaña brava española.

Los novillos se prestan al lucimiento de los espadas. Joselito disfruta de la tarde. Destaca en su primero, donde suena la música, siendo muy aplaudido tras una buena estocada. Pleno en el tercero de la suelta. Se luce con el capote, comparte el tercio de banderillas con su cuñado Sánchez Mejías y, tras una faena vibrante, y al estar acertado con el acero, pasea una oreja. Decidido, negro de capa y corto de cuerna, es el último animal que estoquea esa tarde y también en Córdoba.

Destaca el cronista taurino Poli en El Defensor de Córdoba que Gallito se lució en el recibo con el capote ejecutando nueve verónicas superiores. Brindó al público de sol. Buen trasteo que emborronó con la espada; aun así, fue muy aplaudido.

El público salió satisfecho de la plaza. Los toreros se gustaron, especialmente Joselito, que cerró los contratos para la Feria de Mayo. Una feria que jamás torearía, pues justo un mes después caía mortalmente herido en Talavera. Allí nació la leyenda, el mito, aunque Joselito, tal vez sin saberlo, ya había puesto los cimientos de lo que hoy conocemos como toreo. Lástima que Gallito, parafraseando a García Márquez, al igual que el coronel, no tuviera quien le escribiera.

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La feria de la salud en la Pandemia de 1981 (Articulo de Salvador Gimenez)

La feria de la salud en la Pandemia de 1981 

La denominada gripe española en 1918 no fue obstáculo para que el recordado y coqueto coso de Los Tejares albergarse festejos taurinos en esa temporada, eso sí, tras superar varias vicisitudes

La pandemia que nos azota esta temporada ha dado al traste con las ferias taurinas de muchas ciudades. La gravedad del mal ha hecho que hasta la fecha se hayan suspendido las que se tenían que haber celebrado. La falta de una vacuna, que puede tardar según afirma la ciencia, así como un tratamiento eficaz para la cura de la enfermedad, hace temer que las que aún no han sido canceladas puedan serlo a la mayor premura posible. Córdoba ha sido una de las capitales de provincia, que ha sufrido la suspensión de su tradicional ciclo taurino de mayo.

Lo acaecido es un caso singular. Si nos remontamos en el tiempo, la pandemia motivada por la denominada gripe española en 1918, no fue obstáculo para que el recordado y coqueto coso de Los Tejares, albergarse festejos taurinos en esa temporada. Eso sí, se tuvieron que superar varias vicisitudes hasta que las cuadrillas partiesen plaza los días señalados. Porque como se afirma en el planeta de los toros: El hombre propone, Dios dispone y el toro descompone. Y la verdad es que es así, pues de los carteles anunciados para ese año, ninguno se celebró como fue concebido en principio.

La comisión organizadora, debido posiblemente al brote de gripe española en esa primavera, solo organizó tres festejos para la feria. Semanas antes, la prensa local se hizo eco de los mismos. Unos carteles redondos para su época.

La feria taurina de mayo comenzaría el día 25, anunciándose toros de Concha y Sierra que serían estoqueados por JoselitoJuan Belmonte y el torero local José Flores Camará, quien había tomado la alternativa de manos de Gallito tras haber alcanzado notoriedad como novillero, sobre todo por su particular forma de banderillear. Para el día siguiente se anunciaron toros de Florentino Sotomayor, haciéndose constar en el cartel que los mismos eran procedentes de Miura, los cuales serían lidiados por los mismos espadas. La feria se cerraría el día 27 con los tres nombrados espadas, quienes en compañía de Manolete (padre), se enfrentarían con ocho toros de Moreno Santamaría. Finalmente, lo que se celebró no tuvo nada que ver con lo anunciado.

Juan Belmonte había hecho temporada en el continente americano. Durante la misma conoció a Julia Cossio, con quien se casó en Lima, permaneciendo en Perú durante dicho año, por lo que no hizo temporada española. En la prensa cordobesa de la época se aseguraba su presencia en la feria de la Salud, e incluso se afirmó que viajaría con tiempo suficiente para hacer el paseo y cumplir sus compromisos en nuestra ciudad.

La comisión organizadora, posiblemente concienciada de que el trianero finalmente no haría campaña en España, comenzó a buscar sustituto, entablando conversación con Diego Mazquiaran Fortuna para que ocupase el lugar de Belmonte. Fortuna fue cogido en Madrid el día 17 de mayo, por lo que dicha opción tuvo que desecharse.

Los problemas continuaron para la comisión. Joselito, el Gallo, contratado también las tres tardes, sufrió un percance el día 19 de mayo en Zaragoza, por lo que el coloso de Gelves tampoco comparecería en la ciudad de los califas y no cumpliría sus contratos en la feria.

¿Qué ocurrió entonces? Pues que las vacantes dejadas por los espadas ausentes fueron cubiertos por Francisco Martín Vázquez, quien actuó los días 25 y 27. El alcarreño Julián Sáinz Saleri II, que en esa campaña fue junto a Joselito fue quien más corridas toreó, ocupó los huecos de los tres días, cubriendo la vacante que quedaba el cordobés Enrique Rodríguez Manolete II, antiguo botones del Club Guerrita, quien gozaba de cierto ambiente y que había tomado la alternativa en las postrimerías de la temporada de 1917.

                       

La Feria arrancó con mal pie y artísticamente no fue lucida. Para colmo de males, llegó la lluvia

La feria se había iniciado con mal pie y artísticamente no fue lucida. Para colmo de males, incluso la lluvia hizo acto de aparición en el primero de los festejos, donde destacó Camará, que cortó la única oreja, y Saleri II por su valor. El crítico taurino Poli en El Defensor de Córdoba resumió el festejo de la siguiente forma: “Saleri en todo y la faena de muleta de Camará en el que cerró plaza”. En el segundo festejo, los toros de Sotomayor se acordaron de su origen. Manolete II, Sánchez Mejías, banderillero de la cuadrilla de Joselito pero que actuó con Saleri II y un espontáneo de nombre Antonio López, alias Casillero, tuvieron que ser atendidos en la enfermería. La corrida resultó dura y correosa para los espadas sin que nada destacara.

El broche a la feria tuvo igualmente la relevancia de los atendidos por los médicos. Manolete fue cogido en su primero y no pudo continuar la lidia. En las cuadrillas sufrieron cogidas de desigual importancia el picador Antonio Luque El Gordo y su compañero Juan Pinto. En la lidia lucieron Martín Vázquez, en el que estoqueó por Manolete, y José Flores Camará en el cuarto de la suelta, ya que ambos cortaron orejas. 

Esto fue a la postre la accidentada feria de 1918, aquella de las vicisitudes y el infortunio. Feria que se celebró a pesar de la gripe, mal llamada, española.

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