La Santamaría reabrió en una tarde triunfal para Roca Rey, a pesar de los disturbios
La Plaza de Toros de Santamaría reabrió sus puertas tras casi cinco años de veda taurina en una tarde en que las emociones de los aficionados y la voluntad de los toreros ante un noble encierro de la ganadería de Ernesto Gutiérrez Arango tuvo como fondo las protestas antitaurinas en las calles aledañas.
Al final, el festejo bogotano se saldó con una puerta grande para el peruano Andrés Roca Rey, quien cortó dos orejas, mientras que el colombiano Luis Bolívar obtuvo un trofeo y el español Julián López, «El Juli» se fue en blanco.
Entre emociones y estruendos
Eran las 3.42 de la tarde en el reloj de la plaza cuando, a las notas del pasodoble «El gato montés», el paseíllo de los toreros echó a andar para poner fin a un receso de casi cinco años de actividad taurina en la primera plaza de toros de Colombia, la bogotana de la Santamaría.
Corrida hecha de matices, incluido el estruendo de los enfrentamientos entre la policía antimotines y grupos radicales antitaurinos que agredieron físicamente, antes y después del espectáculo, a aficionados inermes.
En el plano estrictamente taurino, las emociones -algunas contenidas, otras expuestas- se hicieron sentir a lo largo de casi tres horas de festejo, en el que el peruano Andrés Roca Rey cosechó una puerta grande en el toro de cierre, mientras el colombiano Luis Bolívar estuvo cerca de seguirlo por esa senda, tras una oreja cortada en uno de sus turnos. Para El Juli, la tarde no tuvo trofeos.
Todo con el común denominador de un noble encierro de Ernesto Gutiérrez Arango al que le faltó emoción y fondo.
Roca Rey, el triunfador, encontró en el trayecto final de la faena al sexto el premio mayor de la salida a hombros. Lo hizo a partir de su decisión de apostar más por el toreo fundamental que por el efectismo. Derechazos y naturales sacaron olés profundos.
Y fue ahí cuando el diestro halló eco en una afición siempre más amiga de la pureza que de otro tipo de planteamientos marginales. La pasión llevó a los tendidos a pedir la segunda oreja, lo que trajo consigo una excesiva segunda que, igual, poco pareció importar en medio del regocijo de una fecha histórica para los anales del coso capitalino.
En su primero, Roca Rey hizo una labor en la que faltó quietud y temple. Los enganchones se sumaron una y otra vez, sin poder ser disimulados por los caros terrenos que el torero pretendió pisar en esa lidia, la de su confirmación de alternativa.
Para Luis Bolívar la faena al tercero de la tarde ratificó la madurez que aflora en esta etapa de su vida torera. Estuvo firme, pero ante todo muy limpio en la ejecución de las suertes hasta redondear una obra en la que todo tuvo un momento y un lugar.
Los naturales largos y profundos, ante un animal que se empleó a fondo por el pitón izquierdo, fueron la cota más alta de su tarea. Oreja justa. En el quinto, el torero local quiso someter a su enemigo, pero este eligió ponerse a la defensiva.
Y tarde sin premios para Julián López, «El Juli». No fueron los ejemplares que le correspondieron los más potables.
Su primero, segundo de la tarde, arrollaba antes que embestir, antes de frenarse y sacar complicaciones. El cuarto permitió ver la sapiencia del torero español, para alargar los viajes del astado de Ernesto Gutiérrez, hasta hacer ver al toro con mayor dimensión de la que en realidad tenía.
Todo lo hizo El Juli y todo lo debió cobrar, pero su espada no cumplió con el papel de sellar el trabajo. Petición y ovación.
Agencia EFE