El Toreo es emoción, y esta pude llegar por dos posibles vías, la estética y la épica. Si llega por ambas se ha conseguido lo ideal, pero ello no siempre se logra. En cualquier caso, lo importante es que haya emoción, que el público asistente no se aburra ni un segundo y comprenda que lo que está pasando en el ruedo entre toro y torero es algo grandioso.
Pues bien, en la pasada feria de Otoño de Madrid, generalmente ha habido emoción a raudales, lograda fundamentalmente por la vía de la épica, puesta por los toreros, ante toros-toros, encastados, con movilidad, con transmisión.
Primero hubo una novillada en la que Pablo Aguado encogió el corazón de los espectadores (en la plaza y en la TV), cuando se fue a recibir a su segundo novillo a los medios, por faroles de rodillas. Le pudo dar solo dos, porque en el segundo fue prendido y se llevó una paliza descomunal, de la no se repuso totalmente, a pesar de lo cual lidió y mató al novillo.
En la interesantísima corrida de Fuente Ymbro salieron dos toros muy buenos y otros dos a los que se le pudieron cortar las orejas. Los dos correspondieron a Román, que le cortó una a su primero. Por el pitón derecho se le quedaba en el tobillo, pero por el izquierdo tuvo más recorrido. Hubo mucha verdad en el toreo de Román que se llevó, además de la oreja, varias volteretas de las que salió ileso de milagro.
Pero la gran épica llego al día siguiente, en el mano a mano entre Curro Díaz y José Garrido, con toros del Puerto de San Lorenzo, que salieron muy complicados, excepto el ultimo, con muchísimo que lidiar. Había que ponerse muy de verdad y arriesgar mucho para pegarles pases, pero se les podían pegar.
Con Curro Díaz llegó la épica y la estética, pues a su primero, al que le dio varias volteretas, pudo pegarle algunos muletazos que fueron carteles de toros. Enorme Curro, de arte y de valor.
José Garrido llegaba precedido de gran cartel por todo lo que se está hablando de él, de cómo estuvo en Bilbao, de sus posibilidades. Lo sabía y salió a jugársela sin trampa ni cartón, y se la jugó a cambio de unas cuantas volteretas terroríficas. Puso la épica porque era muy difícil aportar estética con sus toros, que no permitieron al torero relajarse ni un momento. Si llegan a manejar mejor las espada se hubiesen cortado varias orejas.
A mi entender ambos triunfaron doblemente: primero por poder salir andando de la plaza y segundo porque los que vimos la corrida no nos aburrimos ni un solo segundo. La emoción no lo permitía.
En la última corrida, la de los adolfos, salió un toro bueno y tres regulares tirando a buenos, pero ya no hubo la emoción, la épica de tardes anteriores.
Enhorabuena a todos los que los hicieron posible, empresarios, ganaderos, toreros. Así se defiende la fiesta, así se hacen aficionados, emocionando al que así asiste.
Rafael Comino Delgado