Se lidiaron seis erales de Cayetano Muñoz, desiguales de presentación y juego.
Rodrigo Pipió, de Sevilla, silencio.
Daniel de la Fuente, de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, oreja tras aviso.
Alfonso Ortiz, de la Fundación ‘El Juli’, ovación tras aviso.
José Fernando Molina, de la Escuela Taurina de Albacete, palmas tras aviso.
Alejandro Adame, de México, silencio tras dos avisos.
Álvaro Passalacqua, de la Escuela de la Diputación de Málaga, vuelta al ruedo.
Rodrigo Pipió fue atendido en la enfermería de la plaza de toros después de lidiar a su novillo siendo atendido de «varetazo corrido en la cara anterior del muslo derecho y contusión dorsal» de pronóstico leve que no le impidió continuar la lidia.
Con el tercer festejo clasificatorio llegaba la última oportunidad para integrar el cartel de la gran final del próximo jueves. Ya se habían cortado tres orejas en las dos primeras novilladas y los seis integrantes del cartel de esta noche tenían que superar lo acontecido para poder engrosar la terna de finalistas.
Abría el cartel el novillero sevillano, presentado por libre, Rodrigo Pipió que sorteó un ejemplar complicado que le llegó a propinar una fuerte paliza. Pipió dejó entrever algunos retazos de personalidad diferenciada entreverados con cierto verdor aunque las dificultades de su enemigo impidieron que su labor terminara de redondearse.
El segundo aspirante de la noche era otro sevillano, nacido en la Puebla del Río, que representaba a la Escuela de Tauromaquia de Sevilla. Daniel de la Fuente se enfrentó al eral con mayores posibilidades del deficiente envío de Cayetano Muñoz y logró cuajar una labor entonada, muy a favor de ambiente, que le sirvió para cortar la única oreja de la noche.
El novillero madrileño Alfonso Ortiz optaba a un puesto en la final en representación de la escuela que alienta El Juli en Arganda del Rey. Ortiz brilló con el capote en el quite al novillo anterior y en el recibo del suyo. Está puesto, tiene calidad y también maneja recursos suficientes para vencer las dificultades que le presentó su enemigo.
El cuarto era un albaceteño, José Fernando Molina, que basó su labor sobre la mano izquierda con un novillo, el cuarto, que siempre estuvo loco por rajarse. Molina le acabó dando fiesta en su querencia consiguiendo calar en el público.
El mexicano Alejandro Adame, hermano del matador Joselito Adame, mostró retazos de su toreo vertical y templado a pesar de sortear otro ejemplar deslucido que le acabó buscando los tobillos. Adame se pasó un poco de rosca y acabó escuchando dos avisos antes de ver silenciada su labor.
Cerraba la noche un alumno de la escuela malagueña, Álvaro Passalacqua, que cuajó a la postre los momentos más interesantes y de mayor calado artístico de toda la noche. El toreo del alumno malagueño está presidido por el pellizco y la belleza aunque las condiciones de su enemigo no eran las más adecuadas para practicar el toreo de arte
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FUENTE Y FOTOS: Toromedia