Adiós a la bohemia del toreo mexicano, «El Pana»

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La tremenda cogida sufrida el pasado 1 de mayo en Ciudad Lerdo, por la que quedó tetrapléjico, ha acabado con su vida

La muerte a los 64 años de Rodolfo Rodríguez, el Pana, ha dejado al toreo mexicano sin uno de sus más carismáticos, bohemios y extravagantes representantes, un personaje único, forjado en la escuela de la calle y que abusó de la mala vida hasta llegar a convertirse en ídolo por la singularidad de su toreo.

Rodolfo Rodríguez (Apizaco, México, 1952) encontró en la tauromaquia una vía de escape para huir de su vida cotidiana, en la que ejercía como panadero, de ahí su apodo, y enfrentarse a su propia cobardía, a sus miedos más recónditos, los cuales vencía al enfundarse un traje de luces, transformándose así en su «alter ego», el Pana, al que él mismo se refería en tercera persona.

El Pana se convirtió en todo un revolucionario sin pretenderlo, un loco soñador que llegó a ser grande sin apenas llegar a nada, un hombre capaz de enamorar y de desesperar por igual gracias a ese halo de misterio y romanticismo que siempre envolvió al personaje.

El «Brujo de Apizaco», sobrenombre con el que también se le conoció, fue también, en ocasiones, un incomprendido, un tipo peculiar que vivió durante años en el sótano de su fracaso, ahogado en el alcohol y en continuas idas y venidas a burdeles y lupanares, donde se refugiaba de tanta ruindad, y de sí mismo.

En el ruedo era capaz de lo mejor y de lo peor, de ahí la legión de partidarios que tuvo, ávidos cada tarde de encontrarse con el genio que, para bien o para mal, siempre fue.

Torero de misterioso e inigualable concepto, dotado de tintes añejos, que, sin embargo, en ocasiones también llegaba a rozar la excentricidad más absoluta, algo que hizo que tuviera, asimismo, una muchedumbre de detractores.

El caso es que El Pana nunca dejó indiferente a nadie.

Sus treinta y siete años de alternativa han estado plagados de continuos altibajos y de numerosas idas y venidas; pero se le quería mucho, sobre todo en la Plaza México, donde protagonizó una de sus mejores tardes de cuantas se le recuerdan.

Fue el 7 de enero de 2007, a priori, la corrida de su despedida de los ruedos mexicanos; pero fue tal el clamor del público ante las dos soberbias faenas que protagonizó (la segunda de ellas premiada con las dos orejas) que el Pana, fiel a su impredecible manera de ser y de actuar, decidió no cortarse la coleta y seguir en activo.

Ese mismo día protagonizó uno de los episodios más notorios de su carrera, cuando, al aprovechar los micrófonos de una televisión que retransmitía la corrida en directo, brindó la muerte de su último toro a todas las meretrices que le acompañaron en vida.

«Quiero brindar mi último toro como torero en esta plaza a todas las daifas, meselinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas, a todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando el Pana no era nadie, que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos en mis noches de soledades. Que Dios las bendiga por haber amado tanto. Va por ustedes»,

dijo textualmente.

Lanzado a raíz de aquella tarde, el Pana, lejos de poner fin a su sueño taurino, decidió transportarlo a España, donde debutó en 2008 mano a mano con Morante de la Puebla en Vistalegre (Madrid), en el que fue el primero de los pocos festejos que llegó a torear en la madre patria del toreo: Cuenca, en 2013; Tarazona de la Mancha (Albacete) y Guadalajara, en 2014; y Antequera (Málaga), en 2015.

Era habitual verle los domingos de verano en Las Ventas.

Su inconfundible semblante a la mexicana, con traje de charro, pañuelo al cuello y sombrero, hacía que no pasara desapercibido, igual que su inseparable puro en la boca, el mismo que le acompañaba en todos sus paseíllos. Inconfundible.

El Pana se fue sin cumplir el anhelo de confirmar alternativa en Madrid. Este año iba a retomar negociaciones con la empresa de Las Ventas, pero el destino ha querido que no fuera así. La tremenda cogida sufrida el pasado 1 de mayo en Ciudad Lerdo, de la que quedó tetrapléjico, ha acabado finalmente con su vida, la de un loco soñador, un genio que jamás volverá a repetirse.

Javier López – EFE

 

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