Orejas para Ponce y Cayetano en otra tarde sin faenas rotundas
Dos toros, despuntados para rejones, de Ángel Sánchez y Sánchez, bien presentados y de muy buen juego, en especial el bravo cuarto. Y cuatro de José Väzquez, también de buena presencia pero desiguales de hechuras. Destacó el tercero, bravo y con clase. Quinto y sexto, aunque dañados y afligidos, tuvieron voluntad de embestir. Tercer festejo de la Aste Nagusia, con tres cuartos de entrada (unas 9.000 personas) en los tendidos.
El rejoneador Hermoso de Mendoza, con casaca azul marino y plata: pinchazo, medio rejonazo y rejonazo (silencio); dos pinchazos y rejón trasero contrario (ovación).
Enrique Ponce, de grana y oro: estocada baja (vuelta al ruedo tras petición de oreja y aviso); pinchazo y estocada caida trasera (oreja tras aviso).
Cayetano, de azul celeste y oro: estocada baja recibiendo (oreja); estocada atravesada y descabello(silencio).
Entre las cuadrillas, destacaron en la brega Joselito Rus e Iván García, que también saludó tras banderillear al tercero
Los diestros Enrique Ponce y Cayetano se repartieron hoy sendas orejas de sus toros de José Vázquez en la tercera corrida de la Aste Nagusia, otro festejo del abono que se cerró sin faenas rotundas aunque sí con un lúcido toreo del rejoneador Hermoso de Mendoza.
A LA ESPERA DEL TOREO GRANDE
Van ya celebradas tres de las cuatro corridas del abono taurino donostiarra y, pese a la amplia generosidad del público para premiar a los toreros, aún está por llegar esa faena redonda y rotunda que ponga a todos de acuerdo y justifique con creces tantas peticiones de oreja.
Porque los trasteos recompensados hoy -y los que el presidente se negó a valorar con trofeos- no pasaron de ser actuaciones estimables de Enrique Ponce y Cayetano aunque también de no demasiada entidad y de medido clamor en el tendido.
El veterano diestro valenciano, por ejemplo, estructuró dos faenas eminentemente técnicas a su lote de cuatreños de José Vázquez, que le sirvieron para sujetar las ganas de huir a tablas de su primero y para equilibrar los descoordinados movimientos del quinto, claramente dañado de los cuartos traseros.
Fue precisamente esa capacidad técnica la que le valoraron los espectadores, por mucho que, sobre todo con el segundo de la tarde, Ponce abusara de colocarse en la tabla del cuello del animal para ligar muletazos aparentes.
Puestos a perdonarle, a la hora de pedirle una oreja de ese toro incluso le pasaron por alto la fea estocada baja con que lo mató, aunque no el presidente, que fue finalmente quien se negó a darle el premio.
Con el quinto el torero de Chiva puso paciencia y tesón para ir construyendo, con gran dominio de la escena, una obra vistosa y plagada de adornos que la envolvieron, sólo sobre la base de la nobleza endeble del astado.
A Cayetano también le pidieron la oreja del tercero tras una estocada defectuosa, sólo que esta vez sí que apareció el pañuelo blanco por la barandilla del palco.
Hasta ese momento, que llegó tras la ejecución de la suerte de recibir, el torero de dinastía le había cuajado un trasteo con altibajos y poca pasión al que, por bravura, profundidad y clase, fue el mejor toro de la corrida.
Aunque sincero en su concepto a la hora de citar y ajustarse, Cayetano no acabó de coger el ritmo de las embestidas, salvo en una soberbia serie de naturales que fue la cima del trasteo. Ya con el sexto, se aplicó de nuevo sin la suavidad de trazo que necesitaba un toro medido de fuerzas pero con voluntad de tomar los engaños.
En realidad, la faena más redonda de la tarde se la hizo a un bravo toro de Sánchez y Sánchez el rejoneador Hermoso de Mendoza, que perdió el que hubiera sido un merecido doble trofeo por fallar en el que está siendo su talón de Aquiles últimamente: el uso del rejón de muerte.
Pero, aun así, los momentos más vibrantes de la corrida se vivieron cuando el jinete navarro, usando como capote las grupas de «Alquimista», «Disparate» y «Donatelli» toreó, sometió y templó, en todo el amplio sentido, las incansables y enrazadas del murube» salmantino, recreándose en un alarde de mando y maestría que completó clavando banderillas con sinceridad.
Una hora antes, con el que abrió plaza, un astado noble y de rítmico galope, Hermoso había dado otro recital de toreo a caballo, moviendo a sus monturas con la facilidad y sutileza de un sofisticado ejercio de alta escuela, para, como le pasó después, volver a ensuciarlo todo con el rejón final.
Crónica de Paco Aguado, para agencia EFE
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