Una pésima corrida de Cuadri abre en negativo la semana “torista” de la feria

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El pésimo juego que dieron hoy los toros de la ganadería de Celestino Cuadri fue el negativo preámbulo de la que se ha dado en llamar “semana torista” de San Isidro, con la presencia en los últimos festejos de las divisas consideradas “duras” y preferidas de los aficionados puristas de Madrid.

FICHA DEL FESTEJO:

Seis toros de Celestino Cuadri, de mucho volumen y hondura aunque sin gran aparato en las cabezas. En conjunto dieron un pésimo juego por su descastamiento, en algunos casos acompañado de falta de fuerzas, lo que les hizo defenderse con genio o desarrollar sentido. La excepción fue el sexto, muy protestado por flojo pero con varias embestidas potables a la muleta.

Fernando Robleño, de azul añil y oro: pinchazo y estocada baja (silencio); pinchazo y bajonazo (ovación).

Javier Castaño, de caldero y oro: tres pinchazos y cinco descabellos (algunos pitos tras aviso); pinchazo, estocada tendida y descabello (silencio).

José Carlos Venegas, de fucsia y oro: media estocada tendida y dos descabellos (silencio tras aviso); sartenazo (silencio tras aviso). Fue atendido en la enfermería de una posible fractura de costillas, pendiente de estudio radiológico.

Entre las cuadrillas, fue ovacionado el picador Pedro Iturralde, mientras que Marco Leal y Fernando Sánchez, éste en dos ocasiones, saludaron en banderillas.

Al final del paseíllo se guardó un minuto de silencio por las víctimas del atendado de ayer en Londres.

Vigésimo quinto festejo de la feria de San Isidro, con tres cuartos de entrada (18.298 espectadores), en tarde de viento racheado.

TORISMO SIN TOROS

La “conspicua” afición de Madrid espera siempre con ansia y expectación el remate “torista” de San Isidro, esa semana en la que se anuncian las divisas de supuesta mayor dureza del campo bravo, que no suelen matar las figuras y que, dicen, conservan incólume la esencia de la casta.

Pero el preámbulo de la pasarela bovina no ha podido ser más decepcionante para tanta expectativa, por el pésimo y descastado juego de los torancones de Celestino Cuadri, cuyo comportamiento ante los caballos y ante las telas nada tuvo que ver con lo que se le supone a un animal realmente encastado.

No terminaron de verlo así esos aficionados exigentes a los que gusta dirigir la lidia desde el tendido, porque, invariablemente, solicitaban que una y otra vez se pusiera a los toros de largo ante el picador… a pesar de que, ya bajo el peto, todos soltaban cabezazos, se intentaban quitar el palo y terminaban repuchándose y saliendo sueltos del encuentro, en señal evidente de su mansedumbre.

Lo peor es que, cuando tocaban a matar, esa pelea desrazada en el caballo se tornaba en una actitud defensiva, por falta de fuerzas en los cuartos traseros en algunos casos o por la negativa a emplearse tras la muleta, incluyendo un áspero genio o incluso un creciente sentido y peligro.

De los tres matadores de la terna, Fernando Robleño fue quien mejor solventó la papeleta, pues si no pudo sacar mucho de un primero afligido y acobardado, hizo un más que loable esfuerzo con el cuarto, tan violento en su mansedumbre como el viento que agitaba la muleta del madrileño.

Ante tan inquietante panorama, Robleño se fue asentando cada vez con más firmeza y, alternando inteligentemente las tandas por uno y otro pitón, acabó por imponerse al desrazado, con el que acabó metido en las cercanías junto a tablas. Sólo el feo bajonazo con que lo tumbó le negó una recompensa mayor que la ovación que escuchó.

Javier Castaño vio como su cuadrilla se lucía con su mal lote en los primeros tercios más allá de las prestaciones necesarias para su jefe de filas, y más teniendo en cuenta que el segundo no paró de soltar tornillazos y que el quinto, un auténtico boyancón, fue acrecentando su sentido a medida que le plantaban pelea.

Aun así, el diestro salmantino le buscó las vueltas a los dos, sin perder nunca la fe, hasta acabar por robarle alguna serie o muletazo estimable a ambos, aunque sin encontrar el reconocimiento de los “toristas”.

Porque el único toro que embistió con entrega fue el sexto, pero esos ruidosos aficionados protestaron pidiendo su devolución a corrales ante algunas claudicaciones del animal durante la desastrosa lidia que se le dio en los primeros tercios.

Pero el toro, pese a todo, acabó rompiendo cuando se quedó solo ante José Carlos Venegas, que, entre pausas y dudas, le llevó embarcado y sometido en algunos momentos de una faena tan larga que el aviso sonó cuando él se disponía aún a adornarse con unas bernadinas por la espalda.

En la primera de ellas el de Cuadri le derribó para después buscarle en el suelo, aunque sin herirle, añadiendo así un punto de angustia a ese final de corrida que Venegas cerró de un sartenazo en los costillares, tan infame como el propio desarrollo de la tarde.

AGENCIA EFE

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