Madrid: Bolívar, de la ingratitud a la redención en tarde a la contra de los de luces

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Una tarde de contrastes y, por momentos, desagradecida con los de luces, fue lo que dio de sí el segundo festejo de la Feria de Otoño, un desafío ganadero entre los hierros de Ana Romero y José Escolar, en el que el colombiano Luis Bolívar dio una vuelta al ruedo.

FICHA DEL FESTEJO.- Tres toros de José Escolar (primero, tercero y quinto) y otros tantos de Ana Romero (segundo, cuarto y sexto), bien presentados y de juego desigual. Al primero le faltó raza y celo; con temperamento y a menos, el segundo; áspero y sin clase, el tercero; el quinto fue una “prenda”; con “carbón” y transmisión el quinto, pero solo por el izquierdo; y noble y facilón, el sexto.

Iván Vicente, de lila y oro: estocada ligeramente tendida y atravesada, y dos descabellos (ovación tras aviso); y estocada trasera y atravesada (silencio).

Luis Bolívar, de sangre de toro y oro: gran estocada (palmas); y gran estocada (vuelta al ruedo tras petición).

Alberto Aguilar, de rosa y oro: pinchazo, estocada enhebrada, tres pinchazos más y cinco descabellos (silencio tras dos avisos); y estocada trasera y tendida (silencio).

En cuadrillas, Raúl Ruiz y Fernando Sánchez saludaron tras banderillear al quinto.

La plaza registró menos de media entrada (10.875 espectadores, según la empresa) en tarde espléndida.

CIEGO Y DAÑINO PARTIDISMO

De un tiempo a esta parte la plaza de Madrid, su “entendida” afición, ha perdido totalmente el norte. No hay término medio. O se deshacen en aplausos fáciles, que, en ocasiones, dan pie a orejitas de chichinabo; o directamente deciden ponerse la venda en los ojos para tomar partido por lo que ellos consideran como bueno, tengan razón o no.

Ese ciego partidismo es igual de dañino que los trofeos regalados, esos con los que tantas veces claman al cielo los mismos que hoy se decantaron a favor de los toros, y perjudicaron a los de luces, que, para ser justos, no estuvieron tan mal como quisieron pintarlo, al menos dos de los tres.

El más perjudicado fue el colombiano Luis Bolívar en su primero, un “anarromero” que no dijo absolutamente nada en varas, tercio, dicho sea de paso, eterno y pesado por el empeño de ponerlo desde el centro del anillo.

Entre unas cosas y otros, al final, el toro se quedó sin picar. Se vio en el arreón que le pegó al subalterno Gustavo Adolfo García a la salida del tercer par de banderillas, estrellándolo violentamente contra las tablas, y en el temperamento que lució en la muleta, donde, además, fue progresivamente a menos.

Dio igual. La gente se puso de parte del toro y obviaron lo bien que estuvo Bolívar con él, las dos primeras tandas de mano baja por el derecho, los seis o siete naturales sensacionales que también le extrajo, y el aplomo y la torería de un epílogo también de nota. Ni un olé. Qué ingratitud.

El problema no es que no supieran, es que directamente no quisieron verlo. Ni siguiera valoraron la estocada final, de manual. Se deshicieron en aplausos al toro en el arrastre, y cuatro palmitas para Bolívar. Ver para creer.

El quinto, de Escolar, fue toro de armas tomar, con codicia y mucha transmisión, aunque solo por el izquierdo, pues por el otro dijo nones desde el principio. Bolívar anduvo esta vez con altibajos, alternando naturales de buena firma con otros más deslavazados en una labor en la que no acabó de entenderse con su antagonista.

Con la espada, eso sí, anduvo otra vez a un gran nivel; y, lo que son las cosas, esta vez sí le aplaudieron, tanto que hasta se animó Bolívar a dar una vuelta al ruedo, censurada, como no podía ser de otra forma, por los “guardianes” de la casta.

El primero de corrida, de José Escolar, apenas aportó en el caballo, y, aunque tuvo cierta movilidad en el último tercio, le faltó raza y finales por el derecho; y mejor estilo por el otro pitón, por donde tendía a “meterse”. Iván Vicente anduvo por encima de la condición del astado en una faena solvente y de buen oficio.

El cuarto fue una “prenda” que no cesó de pedir el carné a Vicente, que nada pudo hacer con él. Optó por abreviar y eso no gustó a los ingratos “toristas”.

Tampoco se prestó el primero de Alberto Aguilar, un “escolar” áspero y sin ninguna clase, sin humillar y pegando “tornillazos”. Evidentemente no pudo haber lucimiento pero sí mucha entrega por parte del torero que solventó sobradamente la papeleta, sin contar el “mitin” que dio con la espada.

El sexto fue un toro noblote y facilón al que Aguilar tardó en ver, y cuando lo hizo ya fue demasiado tarde para remontar.

Crónica de Javier López para Agencia EFE
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